Hoy si, tengo energia y valor para hablar, hoy no me importa desmororarme y romper a llorar delante de la gente, porque hoy se que llorar ayuda a aceptar antes y a pasar el duelo por una pérdida.
Hoy si, pero no hay nadie que me escuche, el mundo sigue su ritmo, la gente vive sus vidas, canta, rie, saluda....
Yo veo pasar la vida desde el sofá, acurrucada, viviendo mi tristeza, sabiendo que mañana o dentro de un rato, cuando todas la lagrimas hayan caido, todo volvera a ser como siempre, con risas, juegos, besos, amigos, canciones regaladas...
Hoy si, me voy a regalar un dia triste, de esos que no abundan entre los mios y que por eso, hay que saber apreciar.
Lo que cuentan las palabras
martes, 30 de octubre de 2012
El mundo de Juan
-¡Juan, es la ultima vez que te lo digo, apaga la tele y sal a jugar!
-Voy mamá
Lo cierto es que Juan tenia la gorra puesta y el balón en la mano, cualquiera diría que estaba apunto de salir a jugar, pero no. Le delataba la distancia que separaba su nariz de la pantalla del televisor.
Vivía solo con su madre en una casita con jardín. De pequeño, con dos o tres años, aquel jardín había sido el centro de su mundo. Papá y el jugaban al balón, con la bici, corrían, y se columpiaban hasta comprobar cual de los dos era el más fuerte. Casi siempre ganaba Juan, o más bien, su padre le dejaba ganar. Pero un día todo eso se terminó. Papá no volvió a casa del trabajo, su madre le dijo que nunca más volvería, pero no dijo porqué.
Al principio, se lo preguntaba a su madre cada noche, - mamá, ¿papá ha muerto o tiene otra familia? -Pero por respuesta siempre obtenía un “cuando seas mayor”. Ahora tenía nueve años y, aunque seguía queriendo saber que seria de su padre, había desistido en la tarea de preguntarlo, a cambio, había encontrado un mundo donde olvidar sus problemas, las burlas de los niños en el cole, el mal humor de su madre día tras día, el ir y venir de “amigos de mamá” que no se quedaban mas de dos o tres días…No, su mundo, el de verdad era el otro, el que estaba tras la pantalla, donde las familias, a pesar de todo, siempre volvían a estar juntas, donde los niños tenían amigos maravillosos e inteligentes mascotas que los podían rescatar de cualquier apuro, donde si alguien te hacia daño, otro alguien, daba igual quien, te regalaba una sonrisa y te decía que todo iría bien. Ese era su mundo, al que quería pertenecer, por eso pegaba la nariz a la pantalla desde hacia años.
Un chasquido, un tirón, interferencias
-Voy a ver si mi hijo ha salido ya, no quiero que nos pille, aunque nunca entra, solo mira le televisor
……….
¡Cuando vuelva se va a enterar, se ha ido sin la gorra y sin el balón y los ha dejado tirados delante de la tele, desordenados!
jueves, 18 de octubre de 2012
Sin titulo
Pocas cosas recuerdo de mi vida a excepción de aquel día.
Un calido día de otoño.
Ella en el jardín, jugando con los niños, yo arriba, en el despacho,
mirándolos, conmovido con la certeza de lo que poco necesitamos
para ser felices. En la radio una melodía dulzona que ayudaba a
la ensoñación.
mirándolos, conmovido con la certeza de lo que poco necesitamos
para ser felices. En la radio una melodía dulzona que ayudaba a
la ensoñación.
La música cesó y una voz nerviosa anunció la urgencia de que
toda la población se pusiese a salvo en sus viviendas. No escuche
más. Me apresure a abrir la ventana y de mi garganta salió un
sonido grutural que intentaba decir que corrieran al sótano.
toda la población se pusiese a salvo en sus viviendas. No escuche
más. Me apresure a abrir la ventana y de mi garganta salió un
sonido grutural que intentaba decir que corrieran al sótano.
- ¿Qué ocurre cariño? – Pregunto con gesto extrañado
- ¿Qué pasa papá? – Repitieron los dos con sus
vocecillas acampanadas
vocecillas acampanadas
- ¡Corred, aprisa, algo esta pasando, bajad al sótano, yo iré en
un minuto!
un minuto!
Vi como corrían en dirección a la puerta y como desaparecían en
el interior de la casa para llegar al sótano. El sótano….
el interior de la casa para llegar al sótano. El sótano….
En unos minutos los cuatro estábamos allí abajo, abrazados,
esperando un estruendo, un temblor, algo que, sin saber que era,
daba un miedo aterrador.
esperando un estruendo, un temblor, algo que, sin saber que era,
daba un miedo aterrador.
-¿Qué esta pasando? ¿Por que tenemos que refugiarnos aquí?
– Preguntó con voz nerviosa
– Preguntó con voz nerviosa
- No lo sé, han dicho en la radio que nos refugiásemos en
casa y enseguida os he avisado para que entraseis.
casa y enseguida os he avisado para que entraseis.
- ¿Qué pasa papá? ¿Por qué hemos bajado? – Tengo miedo
Enormes lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras preguntaban y
se refugiaban en los brazos de su madre y los míos.
se refugiaban en los brazos de su madre y los míos.
- No lo se hijos, seguramente sea solo una medida de cautela y en
un rato estemos jugando todos en el jardín.
un rato estemos jugando todos en el jardín.
Pasaron los minutos como si fuesen horas y no parecía ocurrir
nada extraordinario. Poco a poco, el abrazo agarrotado de quien
espera lo peor se fue relajando, los llantos se calmaron y el
corazón volvió a latir a un ritmo casi normal. Subí al poyete que
permitía asomarse por la alta ventana. No tuve tiempo. En el
momento en que mis ojos asomaban por el cristal, una inmensa ola
de barro, ramas, lodo y escombros impactaba contra el
ventanal destrozándolo en añicos. Como pude me retire saltando a
una tubería que discurría cerca al techo. Intenté desesperadamente
llegar al lugar donde estaban para tenderles mi mano y sacarlos de
allí, pero mis manos resbalaban continuamente y apenas podía
avanzar, solo quedar suspendido, colgando de las piernas,
intentando con todas mis fuerzas alcanzarles. No tuve tiempo…
nada extraordinario. Poco a poco, el abrazo agarrotado de quien
espera lo peor se fue relajando, los llantos se calmaron y el
corazón volvió a latir a un ritmo casi normal. Subí al poyete que
permitía asomarse por la alta ventana. No tuve tiempo. En el
momento en que mis ojos asomaban por el cristal, una inmensa ola
de barro, ramas, lodo y escombros impactaba contra el
ventanal destrozándolo en añicos. Como pude me retire saltando a
una tubería que discurría cerca al techo. Intenté desesperadamente
llegar al lugar donde estaban para tenderles mi mano y sacarlos de
allí, pero mis manos resbalaban continuamente y apenas podía
avanzar, solo quedar suspendido, colgando de las piernas,
intentando con todas mis fuerzas alcanzarles. No tuve tiempo…
Sus dulces ojos, aquellos que me miraban brillantes mientras me
decían te quiero, sus cálidas voces, que hacia unos minutos
entonaban canciones y risas, se habían tornado en ojos crispados,
en gritos desgarrados por el más absoluto terror. Sus manos,
que jugaban alegres en el jardín, ahora buscaban frenéticamente un
lugar donde aferrarse apara encontrar un resquicio de esperanza.
decían te quiero, sus cálidas voces, que hacia unos minutos
entonaban canciones y risas, se habían tornado en ojos crispados,
en gritos desgarrados por el más absoluto terror. Sus manos,
que jugaban alegres en el jardín, ahora buscaban frenéticamente un
lugar donde aferrarse apara encontrar un resquicio de esperanza.
Todo negro.
Estaba solo. Mi mujer y mis hijos habían recibido sagrada sepultura
unos días antes. Tardaron tres días en encontrarlos bajo el lodo y
los escombros.
unos días antes. Tardaron tres días en encontrarlos bajo el lodo y
los escombros.
Desde ese momento, mi vida no fue vida, sino un ir y venir de de
días, una consecución de momentos sin ilusión ni esperanza, vagaba
por las calles, acudía al trabajo sin saber como, saludaba a
los conocidos, pero mi corazón había dejado de latir, mis ojos
se secaron y nunca mas volvieron a llorar, mis músculos olvidaron
como sonreír, abrazar, besar…vivía una tortura que, quizá por un
mal cometido, Dios se empeño en alargar hasta hoy, tantos
años después.
días, una consecución de momentos sin ilusión ni esperanza, vagaba
por las calles, acudía al trabajo sin saber como, saludaba a
los conocidos, pero mi corazón había dejado de latir, mis ojos
se secaron y nunca mas volvieron a llorar, mis músculos olvidaron
como sonreír, abrazar, besar…vivía una tortura que, quizá por un
mal cometido, Dios se empeño en alargar hasta hoy, tantos
años después.
Nunca volví a la casa, a pesar de que la arreglaron para que
volviese a ser habitable.
volviese a ser habitable.
Nunca volví…hasta hoy.
Siento que por fin mi vida acaba y quiero que sea aquí, en este
mismo lugar, donde perdí la vida hace cuarenta años.
mismo lugar, donde perdí la vida hace cuarenta años.
Me quedo inmóvil mirando la ventana y veo como la luz que entra
es cada vez más brillante.
es cada vez más brillante.
Después, todo negro.
Maestro chcolatero
Mi padre era un chocolatero conocido en toda la región por la exquisitez de sus dulces y siempre me contaba que, ya en el vientre de mi madre, me volvía loca con cada bocado de chocolate.
Recuerdo un invierno que mi padre enfermó y para ayudarle en el obrador, contrato a un chico. Hugo.
Nunca me gustó ese nombre, me suena a lodo, como a sapo.
En el obrador el trabajo comenzaba muy temprano, de madrugada y yo, cuando me despertaba aún de noche, disfrutaba fisgando sentada en la escalera que comunicaba la casa con el lugar de trabajo.
Me trae tantos recuerdos el olor a chocolate….
Mi padre mejoró poco a poco hasta restablecerse por completo, pero se había encariñado de su aprendiz y el joven Hugo siguió con nosotros.
Habían pasado los años, y yo seguía con esa costumbre, si me despertaba, bajaba sigilosa la escalera hasta sentarme en el umbral, en la oscuridad, a observar el trajín de los dos artesanos. Pero ese día algo llamo mi atención poderosamente. No era el chocolate, su olor o el ritual del removido con paleta. Había algo más. ¡Era Hugo!
De repente me di cuenta de que ya no era el niño que ayudaba a mi padre. Su espalda había ensanchado, su voz era más fuerte, su pecho musculoso…
Mi cuerpo se estremeció. ¿Qué me pasaba? ¿Qué era esa sensación, ese cosquilleo? En un momento entendí lo que Dori, mi compañera del instituto, quería explicar cuando contaba lo que hacia con Toño, en el almacén de su padre.
Una cascada de pensamientos lleno mi cabeza. Hugo y yo desnudos, no se donde. Su lengua recorriendo mi cuello, llenando mi boca, lamiendo mis tetas, acariciando mi ombligo y bajando firme, sabiendo a donde quería llegar. Yo húmeda, ansiosa, deseando sentir “eso” que Dori contaba. Imaginaba que “eso” se le ponía duro, que era caliente y grande, que la metía en mi boca, la rodeaba con mis labios y la chupaba como un chupa chups mientras dejaba que Hugo jugase con su lengua entre mis piernas.
-¿Qué haces ahí? El suelo esta frío, te vas aponer mala. Tu padre no está.
En el obrador estaba solo Hugo, con su hermoso cuerpo y ese olor a chocolate. Se acercó y me llevo hasta la mesa de trabajo.
_ Mira, estos son idea mía ¿Quieres probarlos?
Sobre la mesa había unos bombones, pero yo no quería chocolate, quería probarle a el.
Lentamente fui acercándome hasta que mi boca estuvo pegada a la suya, sentía que el también se acercaba a mi, que me rodeaba con sus manos. Me subió a la mesa y comenzó a besarme como Dori contaba, como yo había imaginado.
De un manotazo tiro todo lo que había sobre la mesa, me tumbo boca arriba mirándome, lamiéndome, besándome…
Mi camisón fue subiendo y poco después su pantalón empezó a bajar.
Yo sentía una urgencia, un deseo irrefrenable de que entrase en mí. El, excitado, disfrutaba recorriéndome con su lengua y sus manos.
En algún momento gire la cabeza y la vi. Mi madre miraba desde la escalera. Su cara mostraba una mueca triste, lloraba.
-¡Hijo de puta!
Su grito saco a Hugo de la frenética tarea
-¿Cómo puedes ser tan cabrón? ¡Te he dado todo lo que has pedido y tú me haces esto!
Estaba confundida. No era mi a quien reprochaba mi madre, si no a él.
-Mamá yo…
-¡Cállate! ¡Eres un cerdo, no tenias bastante con follarte a la mujer de tu jefe, también tenias que tirarte a su hija!
Una lluvia de cacharros voló sobre mi cabeza en dirección a Hugo. El no dijo nada, se limito a coger sus pantalones y salir por la puerta del obrador.
Mi madre estaba derrotada, llorando sentada en el suelo, despeinada. Yo no sabia que decir, a mis dieciséis, me resultaba inconcebible que una mujer de cincuenta, se sintiese atraída por un chico de veinte.
Para mi padre la historia fue que mi madre había pillado a Hugo intentando abusar de mí.
Mi madre y yo nunca volvimos a hablar del tema, pero cada vez que como bombones, siento ese cosquilleo en el vientre, ese deseo húmedo que Hugo hizo que sintiese aquella madrugada.
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